¿Quién no ha oído o incluso ha dicho eso de ‘si no me cuido yo, quién me va a cuidar’? Seguro que todos hemos pronunciado esta frase alguna vez. Seguramente también, en muchas ocasiones, nos hemos referido a cuidados físicos e intelectuales. Pero pocas veces nos habremos referido al
autocuidado espiritual.
Tendemos a preocuparnos por esos cuidados para estar bien físicamente, anímicamente e intelectualmente, pero ¿Qué pasa con ese nivel espiritual? ¿Por qué descuidamos por regla general esa dimensión que es tan esencial? La respuesta es muy sencilla: por puro desconocimiento.
La conexión con tu “YO” que es sumamente ventajosa
Cuando hablamos de este tipo de autocuidado nos estamos refiriendo a una conexión. A un cuidado que pasa por ser capaces de conectar con la versión más auténtica del yo. Con las debilidades, con las fortalezas, con los gustos y con todo lo contrario. Se trata de ser capaces de establecer un vínculo a través del cual conocernos mejor.
Incorporar una serie de rutinas como meditar, leer o simplemente pasear es sumamente ventajoso para la salud en todos los sentidos. De la misma manera que al levantarnos seguimos una rutina de cremas y de limpieza facial, por ejemplo, tenemos que ser conscientes de las ventajas de incorporar en día a día una serie de acciones necesarias para nuestro bienestar.
Está demostrado que este tipo de autocuidado incide de manera directa y positiva sobre la salud mental, física y emocional. Es una manera de conseguir controlar los factores internos y externos que afectan a la sensación de bienestar.
Es enseñar a controlar lo que se siente. Lo que esos factores nos hacen sentir. Es una forma de encontrar el equilibrio. Una situación que, una vez conseguida, activa la segregación de oxitocina y por lo tanto genera felicidad. Una situación que, por tanto, beneficia en todos los aspectos.